Luego cruzó el pasillo, bajó al sótano y
mató al prisionero. No soportaba ni un segundo más a ese gusano, al que Octavio
dedicaba todo su tiempo.
Aunque él no ofreció ninguna
resistencia, le costó aplastar su cabeza.
Oyó cerrarse la puerta, entraba su
marido con los delegados del Museo de Ciencias Naturales, y algún periodista
científico. Estaba exultante y quería dar fe de su hallazgo, el ejemplar de
nematodo único en su especie.
En ese mismo instante ella se arrepintió
de lo que había hecho. Oyó gritos y exclamaciones de todo tipo provenientes de
abajo. Desesperada junto a la barandilla de la escalera, se dejó caer.