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miércoles, 12 de octubre de 2016

De haciendas y pelotas



    
La bola cayó con un golpe seco en medio del corral. Marcelina la recogió y con picardía la metió en su delantal, mientras maquinalmente ahuecaba con gracia su ondulado cabello castaño. Sabía que no tardaría en aparecer uno de los mozos buscándola para proseguir el juego en el frontón. Tuvo suerte porque fue Abdón quien venía, sudoroso y jadeante. Sus miradas, negra noche la de él,  suave amanecer la de ella, se encontraron quedando ambos mudos durante un instante infinito.
— ¿No habrás visto una pelota?
—Pues No. Pero podrías pasarte luego, por si apareciera.
Continuaba con sus quehaceres cuando Antonio, el de la hacienda más rica del pueblo, la llamó. Volvió con desgana sobre sus pasos. Él azorado y compungido, con apariencia aún más boba de lo habitual, le dijo:
—Marcelina, yo… mi madre… no podemos volver a vernos.
—Antoñito no te preocupes tanto, ¿quién te había dicho que tenía yo intención de volver a verte? ni a ti, ni a tu madre, ni a nadie de tu familia.
Se dio media vuelta, la cabeza alta sostenida por la rabia y una ilusión creciendo en su interior, al acariciar la pelota de cuero que todavía escondía en el bolsillo.




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6 comentarios:

  1. ¿Tengo que entender que ha cambiado a Antoñito por Abdón? Abrazos

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    Respuestas
    1. Gracias Ester, pues sí cambió y ganó con el cambio.

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  2. Pues mira muy bien, con su cabeza bien alta y sin perder la ilusión, que cuando una puerta se cierra, suele abrirse una ventana.

    Un saludo Asun.

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  3. Así es Yashira, siempre se tienen ilusiones para continuar.
    Besos

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