Acepté la cita más extraña que nunca hubiera imaginado.
Pero todo era extraño en mi vida desde el día anterior.
— Hay dolencias y lesiones que no muestran
cara alguna hasta que esa cara es muy, muy fea, espantosa.
Era una bonita forma de decirlo, aunque no restaba
dramatismo, mi madre acababa de sufrir un infarto, estaba muy grave. No me
había dado cuenta hasta entonces de lo reducido de mi mundo, mi madre y yo.
Y ahora Anselmo.
Fui a la cita. Quité el contacto del coche echando un
largo vistazo al lugar en que me encontraba. Un típico hotel de carretera. No
había estado en ninguno e inevitablemente lo asocié a los sórdidos relatos de
novela negra.
Me abrí paso hasta un pequeño mostrador de recepción. Un
hombre de mediana edad me indicó la habitación donde él me esperaba.
Tras unos toques leves en la puerta me llegó el eco de
unos pasos y finalmente se abrió. Al verle comprendí la dimensión de la palabra
“padre”. Pensé que todo era una confusión, seguramente no dijo ser “mi
padre Anselmo” sino “el padre Anselmo”.
—Pasa... hija, sí, soy tu padre. Y también el padre
Anselmo, prelado doméstico de su santidad.
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Asun©2de julio de 2014
Ilustración Petra Acero